Se toma la
obre de Sir Conan Doyle para realizar un análisis de un proceso de
investigación donde hay que considerar todos los puntos y detalles que se
relacionan con el caso en cuestión. Estudio Escarlata nos introduce en la
historia que presentara a los famosos personajes Dr. Watson y el investigador
Sherlock Holmes quienes resolverán el crimen en los jardines Lauriston.
Sherlock
Holmes sigue una metodología muy estricta basada en el método
deductivo-inductivo que desarrolla bajo su ojo observador.
Cuando
Holmes es invitado a participar en la resolución del crimen insiste en llegar a
pie unas cuadras antes para poder observar todo el entorno donde se desarrolla
el caso. Se paseo tranquilamente por la acera, contempló el suelo, el cielo,
las casa de la acera de enfrente y camino por la orilla del sendero que conducía
a la casa.
Cuando tuvo
la oportunidad de examinar la escena del crimen sus dedos ágiles volaban de aquí
para allá, por todas partes, palpando, desabrochando,
presionando, examinando en tanto que sus ojos conservaban una expresión de
lejanía. Un examen veloz, que terminó en un oliscó de los labios del muerto en
la escena y una ojeada a sus botas de charol.
Cuando movieron
el cuerpo para inspeccionarlo dejo caer un anillo de oro de mujer.
Posteriormente
Holmes saco de su abrigo una cinta de medir y un cristal redondo de aumento,
instrumentos con los cuales recorrió la habitación deteniéndose en ocasiones,
arrodillándose alguna vez y hasta tumbándose alguna vez al suelo. Su búsqueda
duro alrededor de 20 minutos midiendo con sumo cuidado la distancia entre
ciertas señales que eran invisibles a los demás y aplicando algunas veces la
cinta de medir a las paredes de un modo igualmente incomprensible. En uno de
los sitios reunió con gran cuidado un montoncito de polvo gris del suelo y se
lo guardó dentro de un sobre. Por último, examinó con su lente de aumento una
palabra escrita en la pared “RACHE” revisando
cada una de las letras con una exactitud minuciosa. Cabe señalar que el cadáver
conservaba todas sus partencias de valor.
Cuando
Holmes terminó su análisis reveló que el hombre había sido envenenado y lo había
hecho un hombre de más de seis pies de altura, joven, de pies pequeños para su
tamaño, de botas toscas de punta
cuadrada que fumaba un cigarro de Trichinopoly, que llegó al lugar de los hechos
en un carro de cuatro ruedas tirado por un caballo con tres herraduras viejas y
una nueva en su pata derecha delantera. Con la posibilidad de que el hombre
tuviera cara rubicunda y con uñas notablemente largas en la mano derecha.
En una
platica posterior con Watson, Holmes le revela como con las mediciones que
realiza y la observación que lleva a cabo descubre todos esos datos, Holmes ya
le había confesado a Watson que él solo estudiaba las materia que para el
resultaban relevantes para llevar a cabo sus investigaciones, todo lo demás lo
desechaba de su mente.
Tenia
investigaciones en los diferentes tipos de tabaco, hacia comparativas de
mediciones, peso y altura, así como estudios de caligrafía, suelo, agua y
venenos.
Cuando
Holmes y Watson se retiran de la escena del crimen van a casa del oficial
primero en llegar a la escena del crimen para que les relate lo que pudo
observar.
El oficial
revela detalles que logran sustentar la teoría de Holmes y advierte que se enfrenta
a un sujeto bastante listo que logró burlar al oficial haciéndose pasar por un borracho
que pasaba por el lugar cuando se topo con el policía ya que este había vuelto
a la escena del crimen en busca del anillo que dejo caer cuando revisaba al
difunto, Enoch j. Drebber.
Holmes y
Watson montan un truco para atraer al asesino, Holmes pone un anuncio en el periódico
donde detalla haber encontrado el anillo y que desea regresarlo a su dueño a
nombre de Watson y en su dirección, Así esperan que el hombre atienda el
llamado y se presente para capturarlo. Pero en lugar de presentarse un hombre
con la descripción que Holmes esperaba se presenta una anciana que dice ser la
madre de la dueña del anillo, dando dirección y detalles de la perdida del
anillo, Holmes y Watson se ven obligados a darle una copia del anillo y Holmes
toma la decisión de seguirlo para poder descubrir la complicidad en el asunto
pero le pierde el rastro.
Al día siguiente
Watson y Holmes revisaron los diarios y repasaron las noticias sobre el caso
para rebuscar pistas.
Holmes se
dio a la tarea de contratar unos chicos vagabundos para que le ayudaran a ser
sus ojos y oídos en la calle y lograr encontrar detalles sobre el caso y sus
personajes.
En
posteriores conversaciones con los detectives oficiales de Scotland Yard,
Holmes adquiere detalles extras sobre Arturo Charpentier posible asesino
y la muerte del asistente del Sr Drebber; el señor Joseph Stangerson.
Este último relato y la descripción de los hechos y la nueva
escena de crimen le dieron a Holmes el eslabón final que necesitaba para armar
con solidez su caso.
Uno de los detectives, Lestrade, comento que junto al nuevo cadáver
se hallaba un ungüento, píldoras y virutas de madera. Así Holmes pidió hacer
una muestra con las píldoras para demostrar que eran el veneno que se habían
usado en el primer caso.
Holmes se hace de mañanas para hacer presente a un cochero
con el nombre de Jefferson Hope a quien arresto y presento como el asesino de
los dos casos.
De esta forma posterior al resto Holmes se dedica a explicar
a Watson como es que llega a sus resultados:
“Llegué a la casa, como usted sabe, a pie y con el cerebro
libre de toda clase de impresiones. Empecé, como es natural, por examinar la
carretera, y descubrí, según se lo tengo explicado ya, las huellas claras de un
carruaje, y este carruaje, como lo deduje de mis investigaciones, había estado
allí en el transcurso de la noche. Por lo estrecho de la marca de las ruedas me
convencí de que no se trataba de un carruaje particular, sino de uno de
alquiler. El coche Hansom de cuatro ruedas que llaman Growler es mucho más
estrecho que el particular llamado Brougham. Fue ése el primer punto que anoté.
Avancé luego despacio por el sendero del jardín, y dio la casualidad de que se
trataba de un suelo de ardua, extraordinariamente apto para que se graben en el
mismo huellas. A usted le parecerá, sin duda, una simple franja de barro
pisoteado, pero todas las huellas que había en su superficie encerraban un
sentido para mis ojos entrenados. En la ciencia detectivesca no existe una rama
tan importante y tan olvidada como el arte de reconstruir el significado de las
huellas de pies. Descubrí las fuertes pisadas de los guardias, pero vi también
la pista de dos hombres que habían pisado primero el jardín. Era cosa fácil
afirmar que habían pasado antes que los otros, porque en algunos sitios sus
huellas habían quedado borradas del todo al pisar los segundos encima mismo. Es
como fabriqué mi segundo eslabón, que me informó de que los visitantes
nocturnos habían sido dos, uno de ellos notable por su estatura (lo que calculé
por la longitud de su zancada) y el otro elegantemente vestido, a juzgar por la
huella pequeña y elegante que dejaron sus botas. Esta última deducción quedó
confirmada al entrar en la casa. Allí tenía delante de mí al hombre bien
calzado. Por consiguiente, si había existido asesinato, éste había sido
cometido por el individuo alto. El muerto no tenía en su cuerpo herida alguna,
pero la expresión agitada de su rostro me proporcionó la certeza de que él
había visto lo que le venía encima. Las personas que fallecen de una enfermedad
cardíaca, o por cualquier causa natural repentina, jamás tienen en sus
facciones señal alguna de emoción. Cuando olisqué los labios del muerto pude
percibir un leve olorcillo agrio, y llegué a la conclusión de que se le había
obligado a ingerir un veneno. Deduje también que le habían obligado a tomarlo
por la expresión de odio y de temor que tenía su rostro. Había llegado a este
resultado por el método de la exclusión, porque ninguna otra hipótesis se
ajustaba a los hechos. No vaya usted a imaginarse que se trata de una idea
inaudita. No es, en modo alguno, cosa nueva, en los anales del crimen, el
obligarle a la víctima a ingerir el veneno. Cualquier toxicólogo recordará en
seguida los casos de Dolsky, en Odesa, y de Leturier, en Montpellier. A
continuación se me presentó el gran interrogante del móvil. Éste no había sido
el robo, puesto que no le habían despojado de nada. ¿Se trataría, pues, de
política o mediaba una mujer? Tal era el problema con que me enfrentaba. Desde
el primer instante me sentí inclinado a esta última suposición. Los asesinos
políticos tienen por costumbre darse a la fuga en cuanto han realizado su
cometido. Este asesinato, por el contrario, había sido llevado a cabo de un
modo muy pausado, y quien lo perpetró había dejado huellas suyas por toda la
habitación, mostrando con ello que había estado presente desde el principio
hasta el fin. Ofensa que exigía un castigo tan metódico era, por fuerza, de
tipo privado, y no político. Al descubrirse en la pared aquella inscripción, me
incliné más que nunca a mi punto de vista. Estaba demasiado claro que aquello
era una aliagaza. Pero la cuestión quedó zanjada al encontrarse el anillo. Sin
duda alguna, el asesino se sirvió del mismo para obligar a su víctima a hacer
memoria de alguna mujer muerta o ausente. Al llegar a este punto fue cuando
pregunté a Gregson si en su telegrama a Cleveland había indagado acerca de
algún punto concreto de la vida anterior del señor Drebber. Usted recordará que
me contestó negativamente. Procedí a continuación a escudriñar con mucho
cuidado la habitación, y el resultado me confirmó en mis opiniones respecto a
la estatura del asesino, y me proporcionó los detalles adicionales referentes
al cigarro de Trichinopoly y a la largura de las uñas. Al no ver señales de
lucha, llegué, desde luego, a la conclusión de que la sangre que manchaba el
suelo había brotado de la nariz del asesino, debido a su emoción. Pude
comprobar que la huella de la sangre coincidía con la de sus pisadas. Es cosa
rara que una persona, como no sea de temperamento sanguíneo, sufra ese
estallido de sangre por efecto de la emoción, y por ello aventuré la opinión de
que el criminal era, probablemente, hombre robusto y de cara rubicunda. Los
hechos han demostrado que mi juicio era correcto. Cuando salimos de la casa
procedí a realizar lo que Gregson había olvidado. Telegrafié a la Jefatura de Policía de
Cleveland, circunscribiendo mi pregunta a lo relativo al matrimonio de Enoch
Drebber. La contestación fue terminante. Me informaba de que ya con
anterioridad había acudido Drebber a solicitar la protección de la ley contra
un antiguo rival amoroso, llamado Jefferson Hope, y que este Hope se encontraba
en Europa. Sabía, pues, que ya tenía en mis manos la clave del misterio, y sólo
me quedaba atrapar al asesino. En ese momento había yo llegado mentalmente a la
conclusión de que el hombre que había entrado en la casa con Drebber no era
otro que el mismo cochero del carruaje. Las marcas que descubrí en la carretera
me demostraron que el caballo se había movido de un lado a otro de una manera
que no lo habría hecho de haber estado alguien cuidándolo. ¿Dónde, pues, podía
estar el cochero, como no fuese dentro de la casa? Además, es absurdo suponer
que ninguna persona que se encuentre en su sano juicio cometa un crimen
premeditado a la vista misma, como si dijéramos, de una tercera persona que
sabe que lo delatará. Y, por último, si alguien quiere seguirle los pasos a
otra persona en sus andanzas por Londres, ¿qué mejor medio puede adoptar que el
de hacerse conductor de un coche público? Todas estas consideraciones me
llevaron a la conclusión de que a Jefferson Hope habría de encontrarlo entre
los aurigas de la metrópoli. Si él había trabajado de cochero, no había razón
de suponer que hubiese dejado ya de serlo. Todo lo contrario: desde el punto de
vista suyo, cualquier cambio repentino podría atraer la atención hacia su
persona. Lo probable era que, por algún tiempo al menos, siguiese desempeñando
sus tareas. Tampoco había razón para suponer que actuase con un nombre falso.
¿Para qué iba a cambiar el suyo en un país en el que éste no era conocido por
nadie? Por eso organicé mi cuerpo de detectives vagabundos, y los hice
presentarse de una manera sistemática a todos los propietarios de coches de
alquiler de Londres, hasta que huronearon dónde estaba el hombre tras del que
andaba yo. Aún está fresco en la memoria de usted el recuerdo del éxito que
obtuvieron y de lo rápidamente que yo me aproveché del mismo. El asesinato de
Stangerson fue un episodio completamente inesperado, pero que en cualquier caso
habría resultado difícil de evitar. Gracias al mismo, como usted ya sabe, entré
en posesión de las píldoras, cuya existencia había conjeturado. Como usted ve,
el todo constituye una cadena de ilaciones lógicas sin una ruptura ni una
grieta.” P-P 30-37
No hay comentarios:
Publicar un comentario